Convivencia en la escuela del Califa

escuelatalmudicaLa habitación destinada a clase era cuadrada, grande y estaba encalada. Un par de ventanas estrechas y veladas con celosías comunicaban con la calle. (…) Por un lateral, se abría sin puertas a un patio grande, bañado por el sol con dos naranjos y dos limoneros y una fuente que brotaba en el centro (…)

—Tomad notas si lo necesitáis. En cuanto alguno tenga la solución, que levante una mano Tendrá un punto extra para la nota final. Por su­puesto, sólo cuentan las soluciones exactas.

Empezó a recitar:

Un collar se rompió mientras jugaban dos enamorados, y una hilera de perlas se escapó. La sexta parte al suelo cayó, la quinta parte en la cama quedó, y un tercio la joven recogió. La décima parte el enamorado encontró y con seis perlas el cordón se quedó. Vosotros, los que buscáis la sabiduría, decidme cuántas perlas tenía el collar de los enamorados

La mano de José ya se alzaba en el aire.

—Treinta perlas, señor.

—Exacto. Los que no lo hayan resuelto, que lo terminen en casa.

La voz del muezzin que llamaba a ora­ción desde la mezquita se coló por todas las ven­tanas de la sala. El maestro dio una palmada y los muchachos se levantaron y del arcón que ha­bía al fondo de la sala sacaron sus pequeñas alfombras de plegaria. José y otros cinco muchachos se dirigieron a un rincón y se quedaron de pie. No todos ellos eran cristianos; dos eran judíos, pero todos esta­ban dispensados de la oración.

María Isabel Molina, El Señor del Cero, 1996.